Treball realitzat per a l’assignatura de Llengua Castellana i Literatura. Text inspirat en la pel·lícula Adú.

Me llamo Massar. Ahora mismo estoy escribiendo desde la cama de un hospital.

Hace unos días me dijeron que estaba muy enfermo y que sería muy difícil recuperarme, así que he decidido dejar constancia de mi breve pero intensa historia. Me limitaré a los hechos más significativos porque no tengo ni tiempo ni fuerzas suficientes para evocar según que recuerdos. Hay cosas que deben morir con uno mismo.

Mi relato comienza el día en que conocí a Adú. Yo hacía poco que había llegado a Senegal y la razón fue la siguiente: haber falsificado mi pasaporte en un intento de escapar del infierno en el que vivía. Él acababa de llegar y estaba tumbado en el banco de enfrente mío. Su estado me recordó a mí cuando era pequeño: frágil, desamparado e inocente. Nada más verle sentí que debía protegerlo.

Mi sueño infantil siempre había sido ser mago, antes de que me hicieran perder las ganas de soñar. Decidí revivir aquel deseo para entretener a aquel niño. Enseguida sintió curiosidad por mí y a pesar de la diferencia de lengua nos conseguimos comunicar.

He decidido saltarme los detalles de nuestra odisea, menos dos.

El primero ocurrió por un despiste mío. Mientras intentábamos conseguir dinero desatendí a Adú unos instantes y ese error todavía me persigue. Sumido en la desesperación comencé a buscarle, y lo encontré en un coche con un señor cuyas intenciones conocía de primera mano. Mi mente se llenó de dolorosos recuerdos: las palizas y abusos que me habían llevado al estado en el que me encuentro ahora.

El segundo fue un momento de reflexión que me hizo tomar una decisión desesperada.

Estar en aquel campamento (el de la frontera) me hizo pensar mucho sobre el porqué acabamos nosotros aquí mientras otras personas podían vivir en paz. No entendía (y sigo sin entender) en qué influye el sitio dónde hayas nacido, o el color de piel que tengas. Todos somos humanos, seres vivos. Nadie se merece pasar por todo lo que pasamos Adú y yo, y millones de personas más. Como la situación se estaba volviendo insostenible tuve que considerar todas nuestras opciones.

Cruzar el mar no fue una decisión fácil. No era ingenuo, sabía que mucha gente moría en el mar en un intento desesperado de escapar de la pobreza y la barbarie. Pero a mí no me quedaba mucho tiempo y Adú no sería capaz de saltar la valla. Era nuestra única opción.

Después de uno de los momentos más aterradores de mi vida logramos llegar a tierra firme gracias a una embarcación que nos rescató. Todo el trayecto había sido un infierno, pero al final llegamos a nuestro destino: España, un mundo mejor. En cuanto desembarcamos los policías nos guiaron hasta un coche que nos llevaría hasta el centro de menores. Estar en ese coche disipó cualquier rastro del miedo que pude haber tenido durante el trayecto en la embarcación. Por la ventanilla pude observar la dinámica de la frontera. Había cientos de personas intentando pasarla, la mayoría eran mujeres cargadas con grandes bolsas en su espalda. Por lo que tenía entendido, pasaban la frontera a diario transportando mercancías de un lado a otro a cambio de miserias. Me parecieron muy vulnerables, cada día se arriesgaban a caer por el camino y aún así continuaban, y no por placer, sino por supervivencia. Toda esa marea de gente contrastaba con la diminuta fila que formaban las personas con papeles. Esa imagen hizo que me asaltaran de nuevo las preguntas. ¿Por qué un papel determina qué clase de persona eres? Entiendo que es necesario para mantener cierto orden, pero creo que la vida y el derecho a vivirla dignamente está por encima de todo eso, y lo que allí sucedía no era digno en absoluto.

En ese mismo coche descubrí lo que es pasar de la euforia máxima a la desesperanza absoluta en cuestión de segundos. Me separaron de Adú a la fuerza y me trataron como a un criminal sin siquiera decirme el porqué. Definitivamente no era la bienvenida que me esperaba.

Por suerte, una agente se apiadó de mí y viendo mi horrendo estado de salud decidió que tenía que ser atendido por un médico con urgencia.

Y así es cómo acabé en el hospital. Mi pronóstico no es nada bueno, las personas infectadas por VIH no tienen una esperanza de vida muy alentadora, pero si al VIH se le suma una bronquitis el resultado puede ser fatal. Espero que alguien sepa hacer un buen uso de mi historia, y aunque soy consciente de que sólo es una entre millones, y que es el reflejo de la simple opinión o desvaríos de un niño enfermo, me alegra haber tenido la oportunidad de plasmarla en papel para que las personas puedan leerla y aprender de ella.

Por último me gustaría hacer una apelación al principal destinatario de esta carta. Adú, si estás leyendo esto habré roto la promesa que te hice. Ojalá hubiera podido despedirme bien de ti y haberme asegurado de tu bienestar. Pero eso no fue posible, así que mediante esta carta te pido un favor: sé feliz y vive por mí, por ti, y por todos los que no han podido.

Ainhoa Yglesias, 1 batx C